En los ochenta el mundo del cómic estaba gestando a una de las estrellas más influyentes de la pasada década, Simon Bisley. De un zarpazo se dio a conocer con personajes como Slaine y Lobo -donde reinventó al personaje- y fue capaz de reinar con un monopolio artístico donde todo el mundo quería copiar su revolucionario estilo. Evidentemente nadie lo consiguió.
De una patada, con su chulería innata, destrozó la gruesa puerta para entrar en el olimpo de los dioses y se sentó en el trono más alto. Con la cabeza alta dominaba a los de la profesión y se le consideraba intocable. Lamentablemente, los años pasaron y sus trabajos han sido muy escasos desde entonces, sobre todo debido a su ajetreada vida privada. (Los que visitaron el Salón del Cómic de Barcelona en 2004 seguro que saben de lo que hablo).
De vez en cuando realiza labores como ilustrador para la revista americana Heavy Metal y poco más. Es una pena porque nos estamos perdiendo a un dibujante excepcional.
Nos consuela saber que todavía es muy joven y puede reconducir su carrera. Así que esperamos que alguna editorial vuelva a confiar en él firmemente. Estamos escasos de dioses y no conviene perder a los pocos que nos quedan...
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